Fruto de ello es también la unión de los esposos. El sacramento del matrimonio no termina con la celebración, sino que se extiende a todo lo que constituye la unión de la pareja. Es a través de la donación mutua como se da a los esposos la gracia de Cristo. El sacramento es fuente de gracia.

Mediante el sacramento del matrimonio, Dios hace posible nuestro amor introduciéndonos en una nueva dimensión del amor. El amor recibido de una fuente invisible, creadora y divina. Al entregarnos el uno al otro mediante el intercambio del consentimiento, acogemos el Don mismo, ese amor divino que es el mismo Espíritu de Dios por el que Cristo vivió su vida de hombre.

Para ello, nos libera del peso de nuestra esclavitud. Esta liberación es una lucha diaria, porque los dones de Dios están siempre injertados en nuestra naturaleza humana. ¡Los sacramentos no tienen nada de mágico!

Dios valora nuestra libertad más que nosotros mismos, al tiempo que nos da las gracias y los dones que necesitamos para vivirla. El sacramento del matrimonio es un don de Dios a los esposos, para que vivan según la ley del amor todos los días de su vida. Es un don del que deben beber en abundancia mediante la oración, mediante los sacramentos, que también son fuentes de Vida, y también mediante su forma de vivir con los demás.

El matrimonio cristiano es un camino exigente en el que aprendemos, con la luz del Espíritu Santo, a superar nuestro egoísmo para amar mejor y vivir en libertad.