«Jubileo» es el nombre de un año concreto, al parecer derivado del instrumento utilizado para indicar su comienzo: el yobel, el cuerno de la oveja, cuyo sonido anuncia el Día de la Expiación (Yom Kippur). Esta fiesta se celebra todos los años, pero adquiere un significado especial cuando coincide con el comienzo del año jubilar. La primera idea al respecto se encuentra en la Biblia: debía convocarse cada 50 años, porque era el año «extra», que debía vivirse cada siete semanas de años (cf. Lev 25,8-13). Aunque difícil de realizar, se proponía como una oportunidad para restablecer la relación correcta con Dios, entre las personas y con la creación, e implicaba el perdón de las deudas, la devolución de las tierras enajenadas y el descanso de la tierra.
Citando al profeta Isaías, el Evangelio según San Lucas también describe así la misión de Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido y me ha enviado a dar buenas nuevas a los pobres, a proclamar la liberación a los presos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año agradable del Señor» (Lc 4,18-19; cf. Is 61,1-2). Estas palabras de Jesús se convirtieron también en acciones de liberación y conversión en la vida cotidiana de sus encuentros y relaciones.
En 1300, Bonifacio VIII convocó el primer Jubileo, también conocido como «Año Santo», porque es un tiempo en el que experimentamos cómo nos transforma la santidad de Dios. La cadencia ha cambiado con el tiempo: inicialmente, cada 100 años; se redujo a 50 años en 1343 por Clemente VI y a 25 años en 1470 por Pablo II. También hay jubileos «extraordinarios»: en 1933, por ejemplo, Pío XI quiso conmemorar el aniversario de la Redención, y en 2015 el Papa Francisco lanzó el Año de la Misericordia. La forma de celebrar el Año Jubilar ha variado: originalmente, coincidía con una visita a las basílicas romanas de San Pedro y San Pablo, y después con una peregrinación. Más tarde, se añadieron otros signos, como la Puerta Santa. Al participar en el Año Santo, experimentas una indulgencia plenaria.
Un proceso jubilar se vive en un espíritu de fe, una adhesión filial a Dios, una conversión real del corazón, una preocupación por construir un mundo más humano y fraterno a nuestro alrededor, el acto de emprender un paso, de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz.
La Iglesia propone siete signos jubilares distintos y complementarios.
- La peregrinación

Jubileo significa emprender un viaje y cruzar ciertas fronteras. Cuando nos trasladamos, no sólo cambiamos de lugar, sino que cambiamos nosotros mismos. Por eso es importante prepararse, planificar el viaje y conocer el destino. En este sentido, la peregrinación que caracteriza este año comienza antes del propio viaje: su punto de partida es la decisión de realizarlo. La etimología de la palabra «peregrinación» es muy elocuente y ha sufrido pocos cambios de significado. La palabra procede del latín per ager, que significa «a través de los campos», o per eger, que significa «cruzar una frontera»: ambas raíces recuerdan el aspecto distintivo de emprender un viaje.
En la Biblia, se describe a Abraham como una persona en viaje: «Deja tu patria, tu parentela y la casa de tu padre» (Gn 12,1). Con estas palabras comienza su aventura, que termina en la Tierra Prometida, donde se le describe como un «arameo errante» (Dt 26,5). En la misma línea, el ministerio de Jesús se identifica con un viaje de Galilea a la Ciudad Santa: «Cuando se cumplieron los días en que sería llevado a lo alto, tomó la firme decisión de ponerse en camino hacia Jerusalén» (Lc 9,51). Él mismo llamó a sus discípulos a seguir este camino, y aún hoy, los cristianos son los que le siguen y siguen sus huellas.
En realidad, el viaje se construye gradualmente: hay varios itinerarios para elegir, lugares para descubrir; las situaciones, las catequesis, los ritos y liturgias, y los compañeros de viaje nos permiten enriquecernos con nuevos contenidos y perspectivas. La contemplación de la creación también forma parte de ello, y nos ayuda a aprender cómo cuidarla «es una expresión esencial de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad» (Francisco, Carta para el Jubileo 2025). La peregrinación es una experiencia de conversión, de cambio de vida para orientarla hacia la santidad de Dios. Con ella, hacemos nuestra también la experiencia de esa parte de la humanidad que, por diversos motivos, se ve obligada a ponerse en camino en busca de un mundo mejor para sí misma y para su familia.
- La Puerta Santa

Desde un punto de vista simbólico, la Puerta Santa adquiere un significado especial: es el signo más característico, porque el objetivo es poder cruzarla. Su apertura por el Papa es el inicio oficial del Año Santo. Originalmente, sólo había una puerta, en la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral del obispo de Roma. Para que los numerosos peregrinos pudieran realizar el gesto, las demás basílicas romanas ofrecieron también esta posibilidad.
Al cruzar este umbral, los peregrinos recuerdan el texto del capítulo 10 del Evangelio según San Juan: «Yo soy la puerta; el que entre por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos». El gesto expresa la decisión de seguir y dejarse guiar por Jesús, que es el Buen Pastor. Además, la puerta es también un pasadizo que conduce al interior de una iglesia. Para la comunidad cristiana, no es sólo un espacio sagrado, al que hay que acercarse con respeto, con un comportamiento y una vestimenta adecuados, sino un signo de la comunión que une a todo creyente con Cristo: es el lugar de encuentro y de diálogo, de reconciliación y de paz que espera la visita de todo peregrino, el espacio de la Iglesia como comunidad de fieles.
En Roma, esta experiencia adquiere un significado especial, ya que remite a la memoria de San Pedro y San Pablo, los Apóstoles que fundaron y formaron la comunidad cristiana de Roma y que, con sus enseñanzas y su ejemplo, son un punto de referencia para la Iglesia universal. Su sepulcro yace donde fueron martirizados; junto con las catacumbas, es un lugar de inspiración continua.
- Conciliación

El Jubileo es un signo de reconciliación, porque abre un «tiempo favorable» (cf. 2 Co 6,2) para nuestra propia conversión. Al acercarnos a Él y reconocer Su primacía, Dios se sitúa en el centro de nuestra propia existencia. El llamamiento de la Biblia al restablecimiento de la justicia social y el respeto a la tierra nace también de una exigencia teológica: si Dios es el creador del universo, debemos darle prioridad sobre toda la realidad y sobre los intereses partidistas. Es Él quien hace santo este año sagrado dándole Su santidad.
Como nos recordó el Papa Francisco en la Bula de Convocatoria del Año Santo Extraordinario 2015: «La misericordia no es contraria a la justicia, sino que ilustra el comportamiento de Dios hacia los pecadores, ofreciéndoles una nueva oportunidad de arrepentirse, convertirse y creer. […]. Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia procedente de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo es, por tanto, el juicio de Dios sobre cada uno de nosotros y sobre el mundo, pues nos da la certeza del amor y de la vida nueva». (Vultus Misericordioso, n. 21).
En términos prácticos, esto significa experimentar el sacramento de la reconciliación, aprovechar este tiempo para redescubrirel valor de la confesión y recibir personalmente la palabra de perdón de Dios. Algunas iglesias jubilares ofrecen esta posibilidad de forma continuada. Puedes prepararte para ello siguiendo un esquema.
- Oración

Hay muchas maneras y muchas razones para rezar, pero en la raíz de todo está el deseo de abrirse a la presencia de Dios y a su oferta de amor. La comunidad cristiana se siente llamada y sabe que sólo puede dirigirse al Padre porque ha recibido el Espíritu del Hijo.
De hecho, fue Jesús quien confió a sus discípulos la oración del Padre Nuestro, también comentada en el Catecismo de la Iglesia Católica(CIC 2759-2865). La tradición cristiana ofrece otros textos, como el Ave María, que nos ayudan a encontrar las palabras para dirigirnos a Dios: «Es a través de una transmisión viva, la Tradición, como el Espíritu Santo enseña a orar a los hijos de Dios en la Iglesia» (CIC 2661).
Los momentos de oración durante el viaje muestran que el peregrino tiene los caminos de Dios «en su corazón» (Sal 83,6). Esta es la razón de los momentos de respiro y pausa en las distintas etapas, a menudo en torno a tiendas de artículos religiosos, santuarios u otros lugares especialmente ricos espiritualmente, donde los peregrinos pueden ver que -antes y junto a ellos- han pasado otros peregrinos y que por esas mismas rutas han transitado caminos de santidad. De hecho, los caminos que conducen a Roma coinciden a menudo con los caminos de muchos santos.
- Liturgia

La liturgia es la oración pública de la Iglesia: según el Concilio Vaticano II, es el «punto culminante hacia el que se dirige toda su acción» y «al mismo tiempo la fuente de la que mana toda su energía»(Sacrosanctum Concilium, 10). En el centro de todo está la celebración eucarística, donde se recibe el Cuerpo y la Sangre de Cristo: como peregrino, Él mismo camina junto a los discípulos y les revela los secretos del Padre, para que puedan decir: «Quédate con nosotros, porque anochece y se acerca la noche» (Lc 24, 29).
Un rito litúrgico característico del Año Santo es la apertura de la Puerta Santa: hasta el siglo pasado, el Papa comenzaba, más o menos simbólicamente, derribando el muro que la sellaba. Después, los albañiles retiraban completamente los ladrillos. Desde 1950, el muro se derriba previamente y, durante una solemne liturgia coral, el Papa empuja la puerta desde el exterior y la atraviesa como el primer peregrino. Esta expresión y otras que acompañan al Año Santo ponen de relieve que la peregrinación jubilar no es un acto íntimo e individual, sino un signo del camino de todo el pueblo de Dios hacia el Reino.
- Profesión de fe

La profesión de fe, también llamada «símbolo», es un signo de reconocimiento propio del bautizado; expresa el contenido central de la fe y resume las principales verdades que los creyentes aceptan y testimonian el día de su bautismo y comparten con toda la comunidad cristiana durante el resto de su vida.
Existen varias profesiones de fe, que muestran la riqueza de la experiencia del encuentro con Jesucristo. Tradicionalmente, sin embargo, las que han obtenido un reconocimiento particular son dos: el credo bautismal de la Iglesia de Roma y el credo niceno-constantinopolitano, redactado en 325 por el Concilio de Nicea, en lo que hoy es Turquía, y perfeccionado después en el Concilio de Constantinopla en 381.
«Porque si tus labios confiesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios le resucitó de entre los muertos, te salvarás. Porque la fe del corazón trae la justicia, y la confesión de los labios trae la salvación». (Rom 10,9-10). Este texto de San Pablo subraya que proclamar el misterio de la fe exige una profunda conversión no sólo de las propias palabras, sino también y sobre todo de la propia visión de Dios, de uno mismo y del mundo. «Recitar el Credo con fe es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y también entrar en comunión con toda la Iglesia, que nos transmite la fe y en cuyo seno creemos»(CIC 197).
- Indulgencia

La indulgencia es una manifestación concreta de la misericordia de Dios, que supera los límites de la justicia humana y los transforma. Este tesoro de gracia se hizo historia en Jesús y en los santos: mirando a estos ejemplos y viviendo en comunión con ellos, la esperanza del perdón y el camino hacia la santidad se fortalecen y se hacen seguros. La indulgencia nos permite liberar nuestro corazón del peso del pecado, para que la reparación debida pueda realizarse libremente.
En términos prácticos, esta experiencia de misericordia implica una serie de acciones espirituales indicadas por el Papa. Quienes, por enfermedad u otros motivos, no puedan ser peregrinos, están invitados, no obstante, a participar en el movimiento espiritual que acompaña a este Año, ofreciendo su sufrimiento y su vida cotidiana y participando en la celebración de la Eucaristía.