Adviento, la visita de Dios: Dios entra en mi vida y quiere hablarme. En nuestra vida cotidiana, todos tenemos la experiencia de tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo para nosotros mismos. Acabamos absorbidos por lo que tenemos que «hacer». ¿No es cierto que a menudo es precisamente la actividad la que se apodera de nosotros, la sociedad y sus múltiples intereses los que monopolizan nuestra atención? ¿No es cierto que dedicamos mucho tiempo a entretenimientos y distracciones de todo tipo? A veces las cosas nos «abruman».
El Adviento nos invita a detenernos en silencio para comprender una presencia. Es una invitación a comprender que cada acontecimiento del día es un signo de que Dios se dirige a nosotros, un signo de la atención que tiene por cada uno de nosotros. ¡Cuántas veces Dios nos deja ver una señal de su amor! ¡Llevar una especie de «diario interior» de este amor sería un deber hermoso y saludable para nuestras vidas!
El Adviento nos invita y anima a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con otros ojos? ¿No debería ayudarnos a ver toda nuestra existencia como una «visita», como una forma en la que Él puede venir a nosotros y hacerse cercano, en cada situación?
El Adviento es espera (elemento fundamental), una espera que es, al mismo tiempo, esperanza. […] La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está impulsada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, pronto, todo se cumplirá en el Reino de Dios, el Reino de la justicia y de la paz.
Si el tiempo no se llena con un presente significativo, la espera corre el riesgo de hacerse insoportable; si esperamos algo, pero de momento no hay nada, es decir, si el presente permanece vacío, cada momento que pasa parece excesivamente largo, y la espera se convierte en una carga demasiado pesada, porque el futuro sigue siendo completamente incierto.
Cuando, por el contrario, el tiempo cobra sentido, y en cada momento percibimos algo concreto y que vale la pena, entonces la alegría de esperar hace que el presente sea más precioso.
Vivamos intensamente el presente, donde ya nos están llegando los dones del Señor, y vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este modo, el Adviento cristiano se convierte en una oportunidad para despertar en nosotros el verdadero sentido de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y nacido en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos ha dado, y nos sigue dando, el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de diversas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto según esté Él presente detrás de ella o según esté empañada por la niebla de un origen incierto y de un futuro incierto. A su vez, podemos hablarle, presentándole los sufrimientos que nos afligen, la impaciencia, las preguntas que brotan de nuestro corazón. ¡Estemos seguros de que Él siempre nos escucha! Y si Jesús está presente, no existe el tiempo vacío y sin sentido. Si Él está presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no puedan darnos ningún apoyo, incluso cuando el presente se vuelva difícil.
El Adviento es el tiempo de la presencia y la espera de la eternidad. Precisamente por eso, es, de un modo especial, un tiempo de alegría, una alegría interiorizada que ningún sufrimiento puede borrar. La alegría de que Dios se haya hecho niño. Esta alegría, presente en nosotros de forma invisible, nos anima a seguir adelante con confianza. La Virgen María, a través de la cual se nos dio al Niño Jesús, es el modelo y el apoyo de esta profunda alegría. Que Ella nos obtenga a nosotros, fieles seguidores de su Hijo, la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y activos en la espera. Te rogamos Amén.
Benedicto XVI, 28 de noviembre de 2009.