Este lugar de santuario está marcado por una experiencia espiritual: la compasión y la poderosa intercesión de Rita, esta mujer de lo imposible.
Es nuestra confidente, conoce nuestros puntos fuertes pero también nuestras debilidades, los reveses de nuestra vida, los callejones sin salida, nuestra sed de vida. Junto con otros, formamos una multitud, una verdadera tradición de peregrinos. En un santuario, cruzamos el umbral hacia nuestro espacio interior. Como su nombre indica, un santuario es un espacio para la belleza, para el silencio, para lo sagrado. Por eso, para muchas personas, es el lugar de encuentro con Dios en la oración, en la escucha de su Palabra y en la celebración de los sacramentos. El santuario nos permite llegar a ese espacio de nuestro interior en el que Cristo Resucitado está imperceptiblemente presente.
Las personas que acuden a un santuario pueden experimentar un tiempo de descanso, un tiempo de pausa. Es un espacio en el que puedes recuperar tu equilibrio en la vida redescubriendo el espacio espiritual que hay dentro de cada uno de nosotros. El santuario ofrece a todos un espacio para atreverse. Es bueno atreverse a encontrarse con Dios, a experimentar un momento de verdad contigo mismo. Venir a un santuario es arriesgarse a entrar con ganas, y experimentar una etapa de la propia vida, tocada por el Dios de Jesucristo: Él nos esperaba pacientemente para decirnos una vez más que Él está ahí, aquí y en todas partes, para caminar con nosotros. Un santuario nos permite compartir la experiencia del encuentro con Cristo Resucitado que tantos otros han tenido antes que nosotros. Un santuario es un trampolín en la vida, un punto de inflexión en el camino de quienes buscan el sentido y a Dios.